Probablemente en los últimos meses haya usado más adjetivos de los que debería. Pero hay una justificación. Muchas, en realidad: ciudades, selvas, desiertos, sabanas, playas, animales, personas y momentos que nunca antes había vivido.

Además, es mi trabajo: ponerle palabras ─y aquí se incluyen los adjetivos─ a África.

Increíble, vibrante, cosmopolita, extraordinario, bella, salvaje, lujoso, paradisíaco, icónico, pristina, indómito, pura, natural, delicioso.

Inolvidable. 

Este último, sin embargo, intento evitarlo. Porque es mentira: no hay nada inolvidable. El resto pueden ser subjetivos, más o menos reales, pero siempre dependen de lo descrito. Pero olvidar (o no hacerlo) no depende de nosotros.

Cada día nos olvidamos de varios cumpleaños, de sacar la basura o de donde dejaste ayer ese papel que hoy necesitas. Abres un WhatsApp y, si no lo contestas al momento, te olvidas de responder.

Vas a la nevera, abres la puerta y la cierras sin saber qué querías coger. No te atreves a ir al supermercado sin tu lista de la compra. Y si Netflix no te ayudara, tampoco sabrías en qué capitulo te quedaste la noche anterior.

Ves a tus hijas, a tus hermanas y a tus nietos y te olvidas de sus nombre. No sabes ni donde estás ni con quién.

Y no parece que te importe demasiado.

Te olvidas de tu edad, de tu casa, de tu pueblo. Recuerdas haber comido hace unas horas, pero es imposible saber el qué. Intuyes que es invierno porque hace frío y que es verano porque hace calor.

Los momentos inolvidables quedan en álbumes de fotos, viejas cartas y en la memoria de otros. Ni rastro de aquel viaje de novios a Canarias, de ese primer piso en el centro de la ciudad, del cáncer, del arroz al horno que cocinabas cada sábado para todo el que estuviera en tu casa.

Sin embargo, sí quedan momentos olvidables. Las tres palabras en alemán que aprendiste en los 60. Tu calle en Linares. El carro de la compra que todavía aguanta en tu antigua casa. Tu primo, el cantante. El día que un negro te sacó a bailar.

Todo es susceptible de ser olvidado. Pero también, hasta la más mínima cosa, es susceptible de ser recordada. Y no somos nosotros quienes lo eligimos .

La conclusión es fácil: el Alzheimer es una puta mierda. 

20180402_184013

Deja un comentario